Leer con las manos. Sobre «Torpedos», de Yanko González

 

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Publicado en Carcaj.cl, sábado 24 de agosto de 2024

Reseña de Torpedos, de Yanko González. Ediciones Kultrún. Valdivia, 2024

 

Una goma de borrar cualquiera marca Torre, excepto que la goma está dentro de un libro de poesía y uno de sus costados ha sido cercenado para esconder un papelito doblado como un acordeón que en su interior contiene un poema que pregunta y responde: “¿Para qué llueve? Llueve para dar én- / fasis…”. No es una goma, entonces, sino que uno de los “torpedos” fabricados por Yanko González Cangas en su nuevo libro de poemas, aunque mejor debiéramos decir: caja de artefactos poéticos que incluye no sólo la goma de borrar de marras, o una regla de medir con otro poema escondido en su interior, sino que también, y por si fuera poco, un libro con 103 poemas camuflado como una caja de lápices de colores. Estos artefactos reciben el nombre de “torpedos” porque toman su forma de los textos escritos de manera encubierta por estudiantes, en cualquier soporte posible con tal de que pase desapercibido por les profesores, para copiar en un examen. Esta práctica de escritura menor que, sin embargo, es capaz de transportar el conocimiento “oficial” o “legítimo”, es transversal a la cultura del sistema escolar global, por lo que se puede encontrar con diferentes nombres –“acordeón” en México, “machete” en Argentina, “bigliettino” en Italia (de hecho, Torpedos incluye un largo poema con los diferentes nombres que se le atribuye a este tipo de documento clandestino). El poeta Yanko González recicla esta práctica escritural – caracterizada por la reconversión de materiales mundanos en soportes textuales- y transforma los “torpedos” en portadores de poemas que, a su vez, juegan con el soporte en el que están escritos. El interior de una manzana, una cinta de medir o el reverso de una corbata, entre otros, devienen así medios que transportan poemas al mismo tiempo que los camuflan. Después del libro de Yanko González, la palabra “torpedo” remite a un nuevo tipo de discurso poético -el de un poema escondido en un objeto que busca pasar desapercibido y desorientar al lector para luego sorprenderlo con un poema escrito que debe leerse no solo con los ojos, sino que también con las manos.

Torpedos simula ser un libro largo, pero sus 900 páginas están ahí para dar cuenta de las decenas de “torpedos” fabricados por Yanko González a lo largo de 14 años. Algunos de estos “torpedos” están incluidos físicamente en el libro gracias a profundos y finos troquelados que hacen del poemario una verdadera caja de sorpresas. El volumen comienza con imágenes de una colección de “torpedos” escritos en superficies tan curiosas como un boleto de micro, el puño de una camisa o una esquela de Santa Teresa. Son poemas escritos en decenas de papelitos plegados de diferentes maneras dentro de objetos escolares como sacapuntas, lápices o calculadoras. Las imágenes de estos “torpedos” suelen estar posadas sobre un fondo de materiales colegiales -una hoja de dictado, anotaciones en un cuaderno- y de páginas arrancadas de un dudoso tratado laboral que incluye hojas de cálculo, gráficos y diagramas sobre la mecánica del trabajo. Es interesante para el lector ver estos objetos plasmados sobre la página, algunos descifrables (un poema que sale del nudo revés de la corbata) y otros que el lector debe descubrir con no poco ingenio (grabado en el interior de unas uñas postizas), lo que demuestra el ingenio de las escrituras populares y la capacidad del autor para apropiarse de ese mundo y transformarlo en poesía.

A medida que les lectores van pasando las páginas con imágenes de los “torpedos”, aparecen los dos primeros artefactos escondidos en este libro-caja: la goma de marras y una pequeña cinta de medir -supuestamente “Made in Alto Volta”, en alusión a un anterior libro del poeta del 2007- de la cual sale un poema que funciona casi como una herramienta lírica. Posteriormente, una regla de madera de 15 cm que aloja un poema que termina de esta manera: “todo es definitivo en el mal / sentido de definitivo”; y un anillo con otro anillo en su interior en cuyo interior, a su vez, se despliega un poema sobre la crueldad del conocimiento. Enseguida surgen nuevos artefactos poéticos aún más difíciles de guarecer en el volumen: unas gafas de lectura en cuyas varillas se lee un poema sobre la imprecisión de los sentidos y un lápiz con un poema en su interior cuyos versos deben operarse por medio de un botón de clic. Cabe decir que algunos de estos soportes fueron mandados especialmente a hacer en China por el autor para cobijar sus “torpedos”. De hecho, uno de los detalles más sobresalientes del libro de Yanko González es que algunos de los poemas, a imitación de los “machetes” utilizados en exámenes para hacer trampa, están escritos a mano, es decir, son originales y únicos. De ahí que el volumen sea uno de autor y sólo cuente con 300 ejemplares firmados y numerados y, por su factura, sean irreproducibles, pero sí manipulables y desarmables.

Como mencioné al principio de esta reseña, dentro del libro hay otro libro de formato tradicional -aunque camuflado como una caja de lápices de colores marca Torpedocolor- que contiene 103 poemas. Muchos de estos poemas funcionan como preguntas, respuestas o instrucciones para un examen imaginario, mientras otros emulan incoherentes discursos o presentaciones académicas. En ese sentido, los poemas de Yanko González continúan con la tendencia crítica de sus libros anteriores, enfocándose esta vez en las contradicciones de la universidad neoliberal. Por ejemplo, el poema “[bachelor]” deja en evidencia la vacuidad de los discursos académicos actuales, cuya retórica de proyectos, evaluaciones y acreditaciones esconde la crisis de la educación postsecundaria:“la sala/ nuestra la será la de expresión corporal, donde practicaban/ los compañeros de la/ carrera que está por cerrar, pero que igual se están/ titulando. Las razones son varias, para que después en la/ autoevaluación no pongan falta de infraestructura…” ). No obstante, el tema preponderante en los poemas de Yanko González es el absurdo de los exámenes y las miserias de la vida escolar. Los poemas de Torpedos suelen construirse como disquisiciones, articulando datos incompletos e inútiles con metáforas surrealistas que de ese modo desestabilizan la racionalidad del discurso escolar. De ahí que el libro eche mano de preguntas retóricas (“¿cómo se imagina un decibel?” o “¿qué hacen los relojes cuando no los miras?”) y de la sinestesia (“el oído sabe/ ver sombras”). Esta imprecisión o ambigüedad no sólo juega con el conocimiento, transformando el teorema en poema, sino que también con el hecho de leer un libro que demanda una experiencia física (“la/ única manera de tocar un poema es con la boca”). Por medio de estos cruces sensoriales y cognitivos, los “torpedos” de Yanko González buscan en último término desorientar al lector, dándole información que no sirve sino para detenerse a pensar en la opresión que ejerce el sistema escolar sobre la subjetividad creativa. Así, el lector pronto descubre que, detrás del carácter lúdico y manual de los poemas de Torpedos, en los cuales abunda el humor, hay una exploración lírica por las zonas de soledad, miedo e inseguridad que demarcan el recinto escolar y de ese modo la infancia: “la niñez se/ mide a través de costras”.

Torpedos de Yanko González es, más que un libro, una caja troquelada con la que se debe jugar e interactuar. Una máquina con partes y engranajes que se debe operar siguiendo un orden lógico que, no obstante, siempre se ve interrumpido o desbordado por los poemas mismos, por el dolor y la crisis que estos representan. Torpedos se puede ver asimismo como un juguete rabioso que transgrede la división entre trabajo lírico y trabajo manual, enseñándonos que los poemas se escriben y se leen con la manos. Parece obvio, pero no lo es. Escribir poesía es, después de todo, hacer poemas, escribirlos e inscribirlos sobre papel a la vez que fabricarlos a partir de cosas ya hechas. En ese sentido, Torpedos de Yanko González nos viene a recordar la importancia del cuerpo al momento de escribir y de leer. También nos recuerda que el trabajo de poeta se acerca no sólo al del artesano, sino que también al del mago. De ahí que las lecturas públicas de los “torpedos” de Yanko González exijan del autor un trabajo con el cuerpo que incluye desde la manipulación de los objetos que esconden los poemas al uso de lupas para leer estas miniaturas líricas. En conclusión, los “torpedos” son efectivamente como armas secretas que viajan de modo subrepticio, submarinamente, para luego denotar en las manos del lector: “qué es el arte. Colgar en un muro las cosas que alguna vez te hicieron daño” [uno].

Fotografías: Signe Klöpper