Yanko González, Objetivo general, Lumen, Santiago de Chile, 2019, 191 pp.

Etnografía Fóbica

Por Marcelo Mellado
Publicado en https://periodicodepoesia.unam.mx/ 22 de junio de 2020

Vengo de un encuentro de Pueblos Abandonados (PPAA) que se realizó en Talca. Allí estuve con Óscar Barrientos, de Magallanes, y con los maulinos recién incorporados. Mandaron saludos y te recuerdan como comprometido con el colectivo, concretamente, como firmante del manifiesto que apareció en The Clinic y Letras s5. Este es un acontecimiento no menor, eso queremos creer los tributarios del colectivo que se juega algunas tesis sobre la práctica textual que debiéramos revisar. Se trataría, entonces, esto que tenemos entre manos, de una escritura abandónico-territorial que enlaza con una poética del desplazamiento o del fuera de lugar de una subjetividad horadada por lo otro —que exhibe un modo institucional de amenaza.

El objetivo estratégico o general de PPAA, expuesto en el manifiesto, es el de la destrucción retórica de la República y, al parecer, este texto cumple con ese objetivo operacional. Quizás reconstruir la República desde otra parte o con otro recorrido, no necesariamente desde el margen o la periferia (concepto algo domesticado por los recursos de colectivos de interés cultural), sino desde el lugar del acontecimiento otro. La obra o el proyecto poético de Yanko González (Santiago, Chile, 1971), del cual Objetivo general es una muestra de sus claves y tópicos, es parte o tiene complicidades con el colectivo Pueblos Abandonados, no sólo por los temas territoriales, sino también en relación a un modo o a una mirada epistemológica que lleva implícita la estrategia poética como mediadora de nuevos saberes. 

Fue precisamente en Valdivia donde nació el colectivo Pueblos Abandonados, en el dos mil y tantos. El más entusiasta era el narrador Oscar Barrientos; esto fue en el bar La Bomba. Estábamos José Ángel Cuevas, yo y un poeta local que no me acuerdo quién era, pero que nos miraba con cierta suspicacia porque, como venía de la política, desconfiaba de nuestra voluntad de hueveo, lo que no le restaba potencialidad táctico-estratégica. Yanko firmaría, tiempo después, la carta fundacional. Pero su gran gesto táctico-estratégico, brutalmente abandónico, se produjo unos años después en Valdivia, cuando me propuso una iniciativa que lo obsesionaba en ese entonces (antes del 2010): reproducir o hacer materialmente el itinerario propuesto por De Rokha en la Epopeya de las comidas y las bebidas de Chile. Proyecto que está aún pendiente. Una ruta por el largor territorial que rompía o quebraba con la linealidad tópico-geográfica del orden país, lo que implicaba una ruda complejidad de transporte pero que suponía un proceso de reterritorialización, fraguando un giro radical en la construcción del paisaje. 

El territorio, en el texto poético de Yanko González, no es tal solo una zona geográficamente determinada, aunque pasa por ahí; es, sobre todo, la lengua que el sujeto construye desde la carnalidad del cuerpo como un conjunto de saberes obsesos de una intimidad-subjetividad, que construyen la relación del sujeto con el mundo —relación mediatizada por la cita, el texto y la historia personal cargada de biografemas—. Esto lo veníamos leyendo en Metales pesados, incluido en parte en Objetivo general, donde su poética da cuenta de una instantaneidad dialectal: la de las hablas tribales que instalan sus modos y su soberbia, la del desposeído cuya carencia de capital simbólico provoca la disolución del objeto deseado. Quiero creer que los poemas son o pueden ser una clave analítica para explicar el mundo; es decir, que hay en ellos una carga cognitiva, incluso epistemológica, de la que el hablante lírico, en el caso de González, se encarga de dar cuenta. Y esta perspectiva se nos presenta con claridad en el título: Objetivo general, conjunción irónica que apunta tanto al canon poético nerudiano como a la jerga  pedagogista que hemos padecido como profes; pero, también, al género discursivo de los proyectos que viene de las políticas públicas promovidas en el área cultural. El objeto-poema, en esta poética abandónica de González, constituye un aparataje conceptualmente sólido, que nos permite vislumbrar cómo funciona la perversión de la otredad y, por ende, diseña los modos de la sobrevivencia del sujeto. Todo ello en un contexto en que el otro es una amenaza que descompone su estructura defensiva. Los versos son como un lanzazo isomorfo que puede recorrer varios niveles. En ese sentido, esta poética indaga en el diseño de aquella entidad antropomórfica que llamamos sujeto, tramando una red analítica entre lo simbólico, lo imaginario y lo real. 

Pero, hablando en términos de Rancière, ¿cuál es el régimen de lo poético que rige esta propuesta? Si es que la pregunta tiene cabida, pensando que el eje composicional se centra en la construcción de imágenes que interrogan diversos registros fuertes de la modernidad —que van desde el diseño del yo, la memoria y la identidad, hasta el territorio o ciertos dispositivos del saber—. Vivimos en un contexto poetizante en donde los regímenes son variados, usando el concepto sin mucho rigor, y van desde el régimen épico al lírico estricto, pasando por el análisis culturoso-político, la declamación combatiente, el ritmo hip-hopero o el panqueta de la soberbia digital, incluido el  filosofeico y, probablemente, un gran etcétera. En este caso, el hablante del poeta González opera como un observador con pautas precisas de análisis, sometido a un régimen de variados registros, ya sean íntimos, objetuales, tribales o territoriales, donde agradecemos la coherencia que hace de una obra reunida una verdadera colección. Por ejemplo, en el libro Elábuga —incluido aquí de forma íntegra—, se opera sobre una de las dimensiones clave del trabajo poético y sus construcciones simbólicas: la muerte suicida y sus tácticas estelares (escénicas). Aquí la locación territorial define giros estéticos, quizá por la arbitrariedad de la lejanía y de la ocupación de lugares retóricos. La paradoja de la muerte vertical, la del pender arbóreo, por ejemplo, es claramente una interrogación de los procedimientos; la muerte vertical que rompe con la horizontalidad (paradigma y sintagma, recordemos a propósito de condensación y relato). Y aquí es fundamental la cita o el epígrafe anticipatorio de Alfonso Alcalde: “Hoy un hombre se subió a un árbol y el árbol bajó por el hombre”. Es decir, se apela a esa catástrofe del sujeto que es el autoexterminio y se busca sus escenarios o zonas de ocurrencia: “Hay un cuerpo girando en la/ cocina”, en donde lo doméstico es la ruta. Gastronomía, medios y masturbación, es decir, Carradine y Bourdain. El arte de morirse supone un protocolo y un decorado, y la búsqueda de un buen árbol. Un más acá (o allá) de lo forense. 

En  Alto Volta el territorio, el territorio del lenguaje, en que se apela además al formato editorial como parte de la oferta poética (y que es muy evidente en la primera edición de Elábuga), hay varias cápsulas retóricas, casi refranes, que comparecen junto a objetos que van siendo sometidos a otras taxonomías. Esta fórmula recorre todos los textos, sobre todo en el libro en desarrollo, Torpedos, en donde comparecen réplicas y equívocos, zona de territorios en disputa en donde la otredad es una amenaza constituyente del sujeto: “Hay muchas maneras de hacer infelices a los hombres, una de ellas es visitándolos”. Torpedos prosigue; son receptáculos proverbiales que tienen el correlato de la función pedagógica como reverso del orgullo tribal. 

La poesía de Yanko González es un registro del sujeto que ajusta cuentas con lo pendiente, con lo no resuelto, quizás el código de un deseo improbable. El otro no sólo es límite, sino también cita de la improbabilidad de su redención. Lo que uno más valora aquí es que la poesía es un recurso del lenguaje; no el proyecto de un sujeto llamado poeta, sino un lugar al servicio del pensamiento crítico, donde se pueden combinar varios niveles de conciencia. Una especie de etnografía fóbica.