DE SUICIDIAS Y TORPEDOS

«OBJETIVO GENERAL» | Treinta años de escritura:

YANKO GONZÁLEZ: De suicidas y torpedos

«Objetivo General», poesía. Lumen, Santiago, 2019, 202 páginas

 

Por Pedro Pablo Guerrero

Publicado en Revista de Libros de El Mercurio, Domingo 15 de Septiembre de 2019

 

Elábuga es una localidad rusa de la República de Tartaristán. Cuando se inició la guerra de la Unión Soviética contra la Alemania nazi, la escritora Marina Tsvetáyeva fue evacuada a esa remota ciudad, donde se ahorcó el 31 de agosto de 1941, a los 48 años. El poeta y antropólogo Yanko González (Santiago, 1971) tituló con el nombre del lugar un libro con ocho o nueve poemas de los 75 que llegó a escribir. Lo publicó el año 2011, en una edición limitada. Completó su escritura en Inglaterra, donde se fue a vivir los últimos años como profesor invitado en la Universidad de Newcastle. Su regreso a la Universidad Austral, de Valdivia, coincide con la reciente aparición de Objetivo General (Lumen), volumen que publica, íntegro, Elábuga, además de incluir una muestra de sus libros Metales Pesados (1998), Alto Volta (Premio de la Crítica 2008) y un anticipo de Torpedos, que publicará dentro de un año o dos en El Kultrún.

«Elábuga nace en 2011 a partir de episodios tristísimos que no vienen al caso detallar —recuerda González—. En un inicio el interno y el entorno de los poemas y la vida de Marina Tsvetáyeva y Alfonso Alcalde me permitieron sobrellevar el dolor. Al comienzo me interesaba aclarar la distinción que este método suicida tenía desde el punto de vista material y simbólico, pues el ahorcado no se acaba, solo se ‘suspende’, está casi de pie y pareciera equilibrarse verticalmente como un vivo. Vale decir, partía de la idea de que el ahorcado pareciera inscribir su propia muerte en la prolongación de la vida, dejando su cuerpo como daño, como represalia al resto. Pero no pude terminar el libro porque me hacía profundamente infeliz, esa es la verdad».

En parte por el interés de Vicente Undurraga, editor de Lumen, y en parte por su salida de Chile, lo retomó, pero ya con otra mirada sobre la escritura y sobre su propia vida. «Se fue convirtiendo en una biografía coral del ahorcamiento, contada a través de múltiples vidas que fui coleccionando de manera oral y documental», afirma. La mayoría son relatos «verdaderos», pero introspectivos, en las voces de los propios muertos. «Finalmente, no solo se biografía el procedimiento suicida, sino también se sugieren vidas que no fueron y muertes posibles, puesto que me resistí en Elábuga a apretar únicamente la tecla triste o funesta, incluyendo la caricatura del suicidio como supremo sacramento del dandismo. De este modo, se abrió un abanico diverso, donde además de ruina, desesperación o desastre, aparecen carcajadas incómodas, cierta suspensión del juicio, o el placer de la renuncia, el goce ante el triunfo no de la voluntad, sino sobre la voluntad. La voluntad derrotada alegremente, por decirlo así, por lo que son poemas escritos con la sonrisa en la herida».

Objetivo General nació como una antología, reconoce Yanko González, pero se fue convirtiendo en obra reunida y finalmente se articuló en un nuevo libro, que si bien da testimonio de lo ya publicado, registra el presente de la escritura y da muestras sustantivas de su futuro. «Por eso convenimos en no etiquetarla como antología a priori, porque Objetivo General apuesta por el movimiento de mi escritura más que por lo ya fijado, y en eso son claves los libros inéditos que se incluyen y el propio título, que apunta más que a lo hecho, a la promesa burlona o paródica de lo que se hará».

Irónico es el guiño al Canto General de Neruda. «Mi idea con el título era dejar registrada la renuncia, que creo es una constante algo escondida en mis libros. Una renuncia a cantar por boca de otros como en Metales Pesados, a una identidad inmóvil, nacionalera y excluyente como en Alto Volta, a la vida por mano propia en Elábuga o a toda orientación al logro, como en Torpedos. Por tanto es un abandono del absurdo de un proyecto y de la imposición tanto de un plan, como de una metodología para conseguirlo. Tratándose de una siempre hiperbólica ‘antología’ que suele cacarear una lineal y dilatada trayectoria, por su revés, el título ironiza sobre mi propia obra como una mera promesa, formulada pero apenas alcanzada».

En un momento en que la literatura se vive hasta ideológicamente como una carrera, González se propone «joder un poquito a los cretinos que aún gritan ‘mira, mamá, escribo sin manos’, a los que desayunan egos revueltos o los que no se sacan de la solapa la credencial de poeta laureado y acumulan tantas medallas que hay que leerlos con gafas de sol». Uno de los versos que se deslizan en el libro interpela directamente al título: «Un poeta no es muy importante, siempre habrá otro». En este sentido, dice el autor, «si en algo cuestiona al Canto General nerudiano, es precisamente por la abdicación del sentido en tanto significado y dirección. ¿Para qué cantar? ¿Para qué cantarlo todo, si hasta la muerte es un esfuerzo y un despropósito?».

Al reunir en un solo volumen treinta años de «insistencia en la escritura», González concede que Alto Volta es probablemente el libro en el que más ha trabajado la relación de escritura y antropología. «Aunque Metales Pesados insiste en esa relación de manera más empírica. En los siguientes libros la insistencia es menos literal pero más fluida, ya que sugieren que la poesía necesita del mismo extrañamiento que la antropología, o sea, descotidianizar la realidad que es —creo— el primer movimiento tanto del antropólogo como del poeta».

Los poemas de Torpedos, último libro incluido en Objetivo General, se basan en las notas de campo que el autor ha escrito, por años, en cuadernos y agendas registrando conferencias, clases, reuniones académicas, asambleas y discursos político-académicos en diversas instituciones educativas. Originalmente, están escritos en papelitos enrollados, gomas de borrar, relojes y otros soportes clandestinos. De ellos se ofrecen en el libro pequeñas fotos, a manera de viñetas.

 

—¿Es «Torpedos» su incursión más cercana a la poesía visual?

—Mi filiación con la poesía visual o experimental siempre ha sido directa, pero no ha constituido una finalidad, sino más bien una sinceridad. Torpedos responde expresivamente a eso, a una profunda tirria a la obligación de adquirir las claves culturales que resuelven cualquier misión biográfica a través de lo que se estima imprescindible aprender y retener para ser algo o «alguien en la vida». Y ese hartazgo no podía expresarse desde el alboroto discursivo, la alharaca lírica o la cripticidad conceptual, sino desde lo precario, la miniatura de lo textual y manual, es decir, desde un torpedo que sintetiza a través de una artesanía plebeya e inútil el sinsentido de lo que debe ser aprendido para «realizarse».

 —¿Alguna vez los hizo?

—Por supuesto, el problema era usarlos y ahí tendía a fracasar. Quizás por eso estoy empeñado en imaginar formas seguras de esconderlos. Como en mis otros trabajos, Torpedos también es una observación y autoobservación participante, por lo que se rehúsa a reemplazar livianamente la vida real por su reflejo. De ahí que me interese no solo la simulación del aprendizaje a través de estas miniaturas tramposas, sino también la de la enseñanza a través de sus propias inconsistencias retóricas, fórmulas de desvío y desvarío que tan bien filmó Raúl Ruiz. Por ello voy intercalando entre los torpedos otras modalidades discursivas de las diversas estafas pedagógicas. La educación formal es en varios sentidos una suerte de esperanto de clichés, por lo que existe un modo bastante genérico de legitimar lo que supuestamente debes, sí o sí, saber.