EXHALACION DE UN RITMO

«Objetivo General», de Yanko González Cangas. Edit. Lumen, 2019

Por Pedro Gandolfo

Revista de Libros, Suplemento Artes y Letras, El Mercurio, Domingo 27 de octubre 2019

Esta colección de poemas de Yanko Gonzalez viene a continuar el trabajo de esta editorial que propone un libro de poesía a medio camino entre una antología y una obra nueva. La parte nueva se refiere no solo a la publicación completa de Elabuga (2011) y de “Torpedos”, un texto en elaboración, sino que en la selección y orden en que se disponen los otros libros de Gonzalez: Alto Volta (2007) y Metales Pesados (1998). Esta modalidad obliga a una relectura del autor no únicamente a partir del conjunto de lo ya publicado, sino a la luz de este contexto transformado de modo integral, asunto que hace más complejo un comentario de este tipo.

Lo primero que salta a la mirada es que Yanko Gonzalez posee ya lo que se suele llamar una obra, entendiendo por tal no solo un conjunto de publicaciones, por cuantiosa que sea, sino una creación en la que, aparte de la patente y necesaria evolución, es imposible no percibir una ilación, una cierta unidad que la distingue y perfila. Esta ilación señala tanto a inquietudes y obsesiones como a tonos y modos e, incluso, a ciertos recursos formales que persisten en distintas dosis, pero de tal modo que aquella evolución es poéticamente menos una progresión hacia adelante marcada cronológicamente que un desplegarse en giros que retornan presionando, expandiendo o concentrando lo rozado anteriormente.

Adentrarse en estos poemas implica, desde luego sumergirse en el circuito biográfico del autor, en el juego sin reglas tramado entre su experiencia y lecturas y referencias culturales. La unidad, en este plano, parece surgir del muy personal equilibrio que logra establecer Yanko González entre los componentes y recursos que deposita en su fragua, produciendo una hibridez enriquecedoramente desconcertante entre elementos de la tradición más clásica y de otros que rompen arriesgadamente con ella y manipulan el lenguaje poniéndolo en tensión extrema con las formas y modos de decir  convencionales: a la vez que abre caminos, va recogiendo, a su elección, aquello ya transitado muchas veces, sin prejuicios, en la medida que están al servicio de lo que se desea sugerir: “colgar en un muro las cosas que alguna vez te produjeron daño”.

En el frontis de la antología, los poemas de Elábuga, de una factura sintética, ceñida y de un lenguaje fino e ilustrado, poemas que son aproximaciones extraordinarias en sutileza y sensibilidad al suicidio -quizás la única pregunta filosófica verdadera, al decir de alguien- apuntan, con un tono oscuro, preferentemente melancólico y elegíaco a aquel daño, que sigue presente de modo más o menos subterráneo cuando, en los poemas de más adelante, empieza a predominar el tono de ironía, parodia y sarcasmo, un humor bilioso y bromista que descoloca de manera constante al lector.

Este humor se vincula con otro rasgo patente en su poetizar -que acaso tenga algo que ver con su formación de antropólogo- ese “distanciamiento” consciente respecto de todos los temas tratados, incluso cuando quiere hablar de sí mismo, como en los poemas “Yo” e “Y, en virtud del cual de ubica próximo pero simultáneamente lejos como un testigo que procura esconder su calidad de tal, levantando, en tono paródico, por cierto, un protocolo de observación en un “trabajo de campo”. La subjetividad del poeta no aparece en primer plano en estos poemas, sino muy sugerida en lo recóndito, en la visión con que se aproxima a las cosas, o aflorando de súbito en un rincón, de sólito en los versos finales.

Puede ser atrevido sentenciarlo; no obstante, podría decirse que la ilación profunda de todo este poemario viene dada porque, por así decirlo, para el autor la cultura, la singularidad del grupo o de la persona, radica siempre en el lenguaje, en el idioma concreto, y es a partir de un trabajo arriesgado y rigurosos sobre él mismo que comparecen todos los vértices y líneas de sus poemas. En este sentido Objetivo General sorprende por su carácter polifónico, por la capacidad de hacer oír, tratadas bajo distintos tonos y recursos, las voces del otro: del antropólogo, etnólogo o lingüista, del suicida, del chico de un barrio, de gente de la pobla, del docente y tecnócrata educacional, de sí mismo. Nunca esa voz es transcrita literalmente; González parece disfrutar aplicando sobre ellas distintos recursos y operaciones que la distorsionan (deslizamientos, retruécanos, quiebres, sin sentidos) y a su vez la sintetizan. EI límite de esta experiencia con el lenguaje es el ritmo. Puede ser distinto para cada poema, quebrado allí a veces y, en consecuencia, más visible, pero nunca deja el poeta de aferrarse virtuosamente a esta respiración, Como si más allá del sonido y del significado incluso, a fin de cuentas, no restara de nosotros sino la exhalación de un ritmo y el oficio del poeta fuese intentar capturarlo.